(Resumen
del undécimo capítulo: Raquel se hace un esguince que Gloria venda
justo antes de tener que irse por una emergencia. Manu y Raquel se
quedan solos en el pueblo. Él le prepara el desayuno y se lo lleva a la
cama para que ella se mueva lo menos posible y repose. Ambos aprovechan
la situación para intentar quedar como amigos y deciden hacer una
excursión al río. )
Le dije ¡perfecto!
Soy una bocazas.
Lo
sé. Ya me lo decía mi prima la Liendres siempre que mi tía veía que el
bote de Nocilla había mermado y yo confesaba que habíamos sido nosotras.
¡Si es que se me da muy mal mentir!
Como
propuso Manu, estamos en la parte trasera de la casa, delante del río y
estoy sentada en una sillita, mientras ambos charlamos con afabilidad a
la espera de que un puñetero pececito pique en alguna de nuestras
cañas.
La verdad es que
charlar con él, tras haber fumado la pipa de la paz es una maravilla,
pero esa maravilla a cada segundo que pasa me interesa más y más.
Mentir no sé, pero dios ¡qué bien se me da fantasear!
No paro de imaginar que Manu, se salta a la torera lo que me ha prometido, se acerca a mí y me besa.
No paro de imaginar que Manu, me coge entre sus brazos, me lleva al interior de la casita, me desnuda y me hace el amor.
No paro de imaginar que…
¡Pero nada!
Manu
está cumpliendo su promesa y solo me da conversación, se preocupa de
que esté cómoda en la silla y de que beba agua para que no me
deshidrate.
Así estamos tres horas que se complican cuando él, acalorado, se quita la camiseta y se queda desnudo de cintura para arriba.
Por dios… por dios… ¡que tentación más tentadora!
Pasa otra hora más y mi tentación pregunta.
—¿No tienes calor?
Asiento. La verdad es que hace un calorazo increíble.
—Mucho.
Manu se levanta de donde está sentado y mirándome dice.
—¿Qué te parece si nos damos un bañito en el río?
Parpadeó. No sé si será buena idea y mirando mi pie vendado indicó.
—Sabes que no me puedo mover, además no llevo el bañador puesto.
—¡Ni yo! —se mofa él.
Al ver su gesto picarón, intento no sonreír y con mi cara de perdona vidas musito.
—Manu, dijiste que…
—Lo sé. Era broma mujerrrrr —y acercándose a mí, me mira el pie—. Si me
dejas puedo quitarte la venda, para que al menos te refresques los pies
en el agua. Luego puedo volvértela a colocar como te la puso Gloria.
¿Puedo?
Lo pienso. Tengo calor. Y deseosa de moverme de la puñetera silla afirmo.
—Venga vale.
Manu
con sumo cuidado me quita la venda, mientras yo, al sentir su tacto en
mi piel, me acaloro más y más. Me regaño a mí misma. No debo pensar lo
que pienso, pero nada, no me hago caso y continuó disfrutando de su
contacto.
Una vez termina, deja la venda sobre su silla y agarrándome las manos indica tirando de mí.
—Levanta. Pero no apoyes el pie.
Como un pato mareado me levanto a la pata coja apoyada en él.
Vale. Lo reconozco. Le echo mucho cuento para que cargue con todo mi peso.
Juntos llegamos hasta la orilla del río y metemos los piececillos.
—Joder ¡qué buena está! —afirma Manu.
—Increíble —asiento yo, mirando sus abdominales.
Seguimos
caminando hacia el interior del río. El agua sube por nuestras piernas,
Flash nos observa desde la orilla y Manu sujetándome con fuerza no se
sobrepasa ni un milímetro.
Su olor. Ese olor a sensualidad y morbo que desprende comienza a marearme, mientras lo escuchó reír y bromear conmigo.
Le
sigo el juego de las bromas, hasta que el agua me llega al culo y
cuando va a decir algo, lo agarro del cuello, tiro de él, acerco su boca
a mi boca y sin mediar palabra, ante su gesto de asombro, lo beso como
si no hubiera un mañana.
Manu,
en un principio se queda quieto. No sabe qué hacer, pero cuando mis
ojos y los suyos se encuentran y lee lo que en ellos le pido, siento que
manda a hacer puñetas su promesa y apretándome contra su cuerpo me
devora.
¡Oh sí! ¡Oh sí! Esto supera mis fantasías.
Con
solo una pierna en el suelo, mi punto de equilibrio es nefasto y cuando
intento nivelarme, hago todo lo contrario y como el gran pato que soy,
arrastro a Manu y caemos al río.
Cuando los dos sacamos la cabeza del agua, nos miramos y este sonriendo dice.
—Que conste que has sido tú. No yo.
Sé
a lo que se refiere. Sonrío. Yo he provocado el beso y la caída, y
acercándome a él vuelvo a enroscarme en su cuerpo y murmuró.
—Cállate y hagamos lo que estamos deseando.
Sin
preguntar el qué, sonríe, mientras mis manos bajo el agua le
desabrochan los pantalones. Una vez desabrochados, con rapidez Manu se
los quita y sonriendo afirma.
—Estás como una puñetera cabra.
—Lo sé —asiento sonriendo.
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Y cuando este me coge entre sus brazos y mis piernas rodean su cintura me mira y susurra.
—Los preservativos los tengo en la casa. No pensé que…
En
silencio maldigo. Yo tampoco pensé que… pero como tomo la píldora y lo
deseo como una loca, agarro su pene que flota debajo de mí en el agua,
aparto la tirilla de mi braguita y colocándolo en mi más que humedecida
vagina, lo introduzco en mi interior y cuando Manu tiembla, murmuró.
—Solo esta vez. Pero nunca más.
Asiente.
Tiembla y asiente, mientras yo, cogida a su cuello, me muevo en busca
de un placer más que deseado y él sujetándome con fuerza hace lo mismo.
Estamos
solos, empapados, en un río y rodeados por una maravillosa vegetación
plagada de bichitos que no quiero pensar que están ahí, nos dejamos
llevar por nuestros impulsos más ardientes preocupándonos única y
exclusivamente de disfrutar, de complacernos y de gozar.
No quiero pensar.
No
quiero despertar de la locura que estoy disfrutando, y convencida de
que aquello lo he provocado yo, y solo yo, me dejó llevar y pienso que
lo que tenga que venir después ¡vendrá!
…Continuará
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