Vaya... vaya... cómo has crecido
Estoy en la puerta de la casa del guapísimo actor de moda Manuel Beltrán.
Un actor alto, impresionante, con una sonrisa perfecta y un sex appeal que vuelve loco a hombres y mujeres y no solo en el cine español.
Trabajo como periodista freelance y, tras concertar la cita días atrás, llamo a la puerta y una mujer la abre.
-Buenas tardes -saludo educada-. Mi nombre es Raquel Rodríguez y tengo cita con el señor Manuel Beltrán para una entrevista.
La mujer, que seguro que es su representante, me escanea de arriba abajo.
Vale. Mi pelo no es el más peinado, no estoy maquillada y voy en vaqueros. Pero joder, vengo de cubrir una interminable guardia de veinticuatro horas delante del domicilio de otro famosete.
Seguro que la bien peiná me va a decir algo y no precisamente bonito. Me atuso el pelo dispuesta a escucharla, cuando la puerta blanca del fondo se abre y aparece Manuel.
¡Dios… es él!
Durante unos segundos nos miramos. Madre mía que intensidad, hasta que dice:
-Concha, si no te importa, ya me ocupo yo de la señorita.
-¡Es periodista!
Al escucharla decir aquello, la miro. Ha dicho periodista como quien dice "¡peste!". Y al ser consciente de que me he dado cuenta de ello, la bien peiná, suaviza su tono de voz e indica:
-Tranquila, querida, no tengo nada en contra de ti. Solo velo por los intereses de mi representado.
Sonrío por no mandarla a freír espárragos, cuando Manuel se acerca a nosotras y aclara:
-Concha, Raquel no es solo una periodista, es una amiga.
Toma yaaaaaaaaaaaaaaaaaa. ¡De verdad se acuerda de mí!
Manuel y yo éramos vecinos en el barrio de Lavapiés. Íbamos al mismo cole, pero no a la misma clase y, además, coincidíamos en clase de kárate. Deporte en el que recuerdo que el coleguita era el rey. Daba unos Mawashi Geri con un estilazo y una virilidad, que solo con recordarlo ya me echo a temblar.
Lo miro feliz porque me recuerde, cuando a la tal Concha le suena el móvil e indica.
-Tenéis quince minutos. Tras esta entrevista tienes otras tres más, Manuel.
Dicho esto se va y yo me quedo más cortada que un pimiento mientras aquel me escanea de arriba abajo hasta que dice.
-Mi madre me llamó para decirme que venías hoy. Al parecer, se lo comentaste a tu madre y ésta se lo comentó a la mía.
Sonrío. Nuestras madres siguen siendo vecinas y entonces murmura:
-Vaya… vaya con Raquel… cómo has crecido.
Uf… uf… ese, como has crecido ¿Cómo me lo tomo? ¿Bien, mal?
Fea no soy. Lo sé. Y aunque tampoco soy una despampanante mujerona, ni tengo un cuerpazo diez, me manejo muy bien en esto del ligoteo.
Manuel fue el primer muchacho que me besó, mi primer amor y mi primera decepción. Desde entonces ha llovido mucho y he besado mucho, pero el primer amor, como se suele decir, no se olvida.
Sin querer parecer más tonta de lo que me siento, sonrío. Como buen divo está acostumbrado a que todas le hagan la ola, pero yo no quiero formar parte de ese ¡todas! Somos adultos y aunque mi vida no es tan de color de rosa como la suya ni tengo la tontería que tienen las mujeres que salen de su brazo en las fotos de las revistas, lo miro y murmuro con cierta chulería.
-Vaya… vaya con Manu… cómo has crecido tú también.
...Continuará
Un actor alto, impresionante, con una sonrisa perfecta y un sex appeal que vuelve loco a hombres y mujeres y no solo en el cine español.
Trabajo como periodista freelance y, tras concertar la cita días atrás, llamo a la puerta y una mujer la abre.
-Buenas tardes -saludo educada-. Mi nombre es Raquel Rodríguez y tengo cita con el señor Manuel Beltrán para una entrevista.
La mujer, que seguro que es su representante, me escanea de arriba abajo.
Vale. Mi pelo no es el más peinado, no estoy maquillada y voy en vaqueros. Pero joder, vengo de cubrir una interminable guardia de veinticuatro horas delante del domicilio de otro famosete.
Seguro que la bien peiná me va a decir algo y no precisamente bonito. Me atuso el pelo dispuesta a escucharla, cuando la puerta blanca del fondo se abre y aparece Manuel.
¡Dios… es él!
Durante unos segundos nos miramos. Madre mía que intensidad, hasta que dice:
-Concha, si no te importa, ya me ocupo yo de la señorita.
-¡Es periodista!
Al escucharla decir aquello, la miro. Ha dicho periodista como quien dice "¡peste!". Y al ser consciente de que me he dado cuenta de ello, la bien peiná, suaviza su tono de voz e indica:
-Tranquila, querida, no tengo nada en contra de ti. Solo velo por los intereses de mi representado.
Sonrío por no mandarla a freír espárragos, cuando Manuel se acerca a nosotras y aclara:
-Concha, Raquel no es solo una periodista, es una amiga.
Toma yaaaaaaaaaaaaaaaaaa. ¡De verdad se acuerda de mí!
Manuel y yo éramos vecinos en el barrio de Lavapiés. Íbamos al mismo cole, pero no a la misma clase y, además, coincidíamos en clase de kárate. Deporte en el que recuerdo que el coleguita era el rey. Daba unos Mawashi Geri con un estilazo y una virilidad, que solo con recordarlo ya me echo a temblar.
Lo miro feliz porque me recuerde, cuando a la tal Concha le suena el móvil e indica.
-Tenéis quince minutos. Tras esta entrevista tienes otras tres más, Manuel.
Dicho esto se va y yo me quedo más cortada que un pimiento mientras aquel me escanea de arriba abajo hasta que dice.
-Mi madre me llamó para decirme que venías hoy. Al parecer, se lo comentaste a tu madre y ésta se lo comentó a la mía.
Sonrío. Nuestras madres siguen siendo vecinas y entonces murmura:
-Vaya… vaya con Raquel… cómo has crecido.
Uf… uf… ese, como has crecido ¿Cómo me lo tomo? ¿Bien, mal?
Fea no soy. Lo sé. Y aunque tampoco soy una despampanante mujerona, ni tengo un cuerpazo diez, me manejo muy bien en esto del ligoteo.
Manuel fue el primer muchacho que me besó, mi primer amor y mi primera decepción. Desde entonces ha llovido mucho y he besado mucho, pero el primer amor, como se suele decir, no se olvida.
Sin querer parecer más tonta de lo que me siento, sonrío. Como buen divo está acostumbrado a que todas le hagan la ola, pero yo no quiero formar parte de ese ¡todas! Somos adultos y aunque mi vida no es tan de color de rosa como la suya ni tengo la tontería que tienen las mujeres que salen de su brazo en las fotos de las revistas, lo miro y murmuro con cierta chulería.
-Vaya… vaya con Manu… cómo has crecido tú también.
...Continuará
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